Nacionales

Se conmemoran hoy 168 años del fallecimiento del héroe Guillermo Brown, Padre de la Armada Argentina

single-image

168 años de Guillermo Brown. Hace 168 años, el 3 de marzo de 1857, fallecía en Buenos Aires un hombre cuya vida parecía escrita por el destino mismo. Guillermo Brown, el almirante irlandés que se convirtió en leyenda en las aguas del Río de la Plata, dejó un legado imborrable como estratega y comandante naval. Sin embargo, más allá de sus gloriosas victorias, la historia de Brown es también una de sacrificios personales y tragedias familiares que marcaron el último tramo de su existencia.

Brown, nacido en Foxford, Irlanda, el 22 de junio de 1777, llegó al Río de la Plata en busca de nuevas oportunidades, tras haber sido testigo de los horrores y desafíos de un mar de conflictos. Un hombre que, desde su infancia, conoció la soledad y la adversidad, quedando huérfano a temprana edad y forjando su destino a través de la navegación y la lucha. No fue solo un marinero: fue un genio militar cuyas victorias en combates aparentemente desiguales lo convirtieron en un ícono popular de la Revolución Argentina.

Su pericia en el campo naval fue fundamental en la independencia del país. Desde la emblemática ocupación de la isla Martín García hasta su brillante estrategia en las batallas de Los PozosJuncalMonte Santiago y los Quilmes, es especialmente recordado por su liderazgo durante la Guerra de Independencia de Argentina y la guerra contra el Imperio del Brasil en el siglo XIX. Durante la batalla de Montevideo y la batalla de 1814 en la Isla San Gabriel, tuvo victorias decisivas que contribuyeron al establecimiento de la independencia argentina y la consolidación de su poder naval. Demostró que el genio y la determinación podían superar a la superioridad numérica. Su figura se alzó como símbolo de la resistencia nacional frente a las potencias coloniales, y su nombre quedó grabado en la memoria colectiva como un faro de valentía y honor.

No obstante, la vida de Guillermo Brown estuvo marcada por una serie de tragedias personales que lo acompañaron a lo largo de su existencia. Su hija Elisa, la mayor de sus hijos, encontró un destino trágico en las aguas del Riachuelo, donde se ahogó en circunstancias que aún hoy alimentan el misterio. El rumor que acompañó su muerte hablaba de un suicidio, vestida con su traje de novia, un eco doloroso de las pérdidas que aquejaron a su familia. La muerte de Elisa fue un golpe devastador para el almirante, que veía en ella la continuación de su legado, y marcó un punto de no retorno en su vida personal.

En 1857, tras una vida llena de hazañas y éxitos, Guillermo Brown vivió sus últimos días en una modesta casa, ubicada en la actual calle Martín García, lejos de los honores que tanto le habían sido arrebatos. En ese retiro de la fama, rodeado de la quietud de su hogar, encontró la paz en medio de sus recuerdos. Un hombre que había estado dispuesto a arriesgarlo todo por su patria, que rechazó los lujos y privilegios que le fueron ofrecidos, y que llegó a afirmar con humildad: “No me pesa haber sido útil a la patria de mis hijos. Considero superfluos los honores y las riquezas cuando bastan seis pies de tierra para descansar de tantas fatigas y dolores”.

Sin embargo, la tragedia no abandonó a la familia Brown. Su viuda, Elizabeth Chitty, que había compartido con él tantas vicisitudes, se vio forzada a enfrentar una dura realidad tras su muerte. A pesar de los honores póstumos que el país le rindió, el Estado no brindó el apoyo necesario para asegurar el bienestar de la familia. Elizabeth, a menudo a la sombra del hombre que fue venerado como un héroe nacional, tuvo que vender propiedades y pertenencias de su difunto esposo, incluido el catalejo con el que él tantas veces observó el horizonte en busca de enemigos. La lucha por el reconocimiento, incluso después de la muerte, es tal vez la batalla más difícil de ganar.

La muerte de Guillermo Brown fue un evento que dejó una profunda huella en la nación. Sus restos fueron recibidos con homenajes oficiales tanto por la Confederación Argentina como por el Estado de Buenos Aires, aunque el destino le ofreció un último desdén: la ausencia de la compensación justa para su viuda. Fue enterrado en un féretro de caoba, y su figura permaneció inmortalizada en los relatos históricos de un país que le debía mucho, publicó Pescare.

En su lecho de muerte le expresó al Comodoro Murature: «…comprendo que pronto cambiaremos de fondeadero, ya tengo el práctico a bordo«.

Murió en su querida Buenos Aires, en su quinta de Barracas acompañado por el Capellán de los irlandeses, su confesor y amigo, el Padre Fahi quien manifestó que Brown esperaba con la dignidad y serenidad más completa su última hora y entregaba su alma en manos del Creador, poseído de su ilimitada confianza.

En su entierro el General Mitre pronunció su mejor pieza oratoria en la que expresó: “ Brown en la vida, de pie sobre la popa de su bajel, valía para nosotros una flota. Brown, en el sepulcro, simboliza con su nombre toda nuestra historia naval ”.

Sus restos descansan en el cementerio de la Recoleta y su sepulcro ha sido declarado

Monumento Histórico Nacional por decreto 33.033 del 3 de noviembre de 1947.

De este hombre, que se presentó al mundo como un simple marinero, con ojos azules y un bastón que delataba sus años de lucha, no solo permanecen las victorias en el mar, sino también el ejemplo de la modestia, la dedicación al deber y la dolorosa realidad de los héroes olvidados por la historia. Guillermo Brown, un hombre que renunció a los honores, es recordado no solo por sus conquistas en combate, sino por las pérdidas personales que marcaron su vida. Hoy, casi dos siglos después, su nombre sigue resonando, un recordatorio de la grandeza alcanzada por un hombre cuya mayor gloria fue servir a esta Patria, sin esperar nada a cambio.