En la semana que comenzó a conmemorarse la transitoria recuperación de las Islas Malvinas y el inevitable inicio de la guerra con Gran Bretaña, en esas fotos de aquel rincón austral rodeado del vasto océano, vuelve a asaltarme la misma sensación de siempre: qué poco miramos al mar, cuánto desconocemos sus riquezas.
Si Buenos Aires, como suele decirse cuando se la compara con Montevideo, es una ciudad que ha crecido dándole la espalda al Río de la Plata, bien podría decirse que la Argentina como sociedad es un colectivo que ignora su litoral marítimo.
Para muchos, el mar es apenas una alternativa turística de verano. El argentino medio se nutre con una dieta compuesta mayoritariamente por productos del sector agropecuario, frescos y procesados. Con esfuerzo y como muestra de cierta concientización, le dedican un día a la semana al pescado como plato principal.
En esta Argentina de números en rojo, subida a la vorágine de la cotización del dólar, el nivel de la tasa y la constante suba de precios, no hay tiempo para leer entre líneas. Pero los datos están ahí, al alcance de la mano. Y los de la pesca no dejan de sorprendernos.
En un 2018 donde el PBI se retrajo 2,5% y hubo caídas significativas en agricultura y ganadería (-15,1%); Industria (-4,8%); Fabricación de maquinaria y equipo (-19,7%); fabricación de productos de caucho y plástico (-10,3%); Comercio (-4,5%) y Transporte (-2,4%), entre otros, la pesca experimentó un crecimiento del 5,4%.
¿Qué hay detrás de esta actividad a la que todos le damos la espalda? Por lo pronto, un trabajo de marcado sesgo exportador que genera divisas, pero también despierta polémicas. El mar argentino tiene una superficie de 1.400.000 kilómetros cuadrados, y en él prima hoy la captura del langostino. Tanto es así que este crustáceo representa el 60% de las ventas al exterior en materia de pesca. Principal destino: España.
Según datos de la Subsecretaría de Pesca de la Nación, en 2018 se desembarcaron 244.057 toneladas de langostino, lo que representa un incremento del 31,6% en términos interanuales. La tonelada cotiza a 7.084 el precio promedio, pero puede escalar hasta u$s 10.000. Es aquí, en el precio, donde el recurso desplaza a los demás y termina por forzar situaciones no siempre positivas en términos económicos y sociales.
Lo cierto es que a partir del precio internacional fue que cambió el mapa pesquero argentino. El langostino, considerado el Messi del sector pesquero, ha desplazado por mucho a la merluza, una especie que podríamos considerar como tradicional en la mesa argentina.
La situación obligó también a que las autoridades implementaran estrategias de explotación. El Gobierno decidió hace unos años prohibir la pesca en el Golfo San Jorge, el criadero natural de la Argentina, y eso hizo que el crustáceo se multiplicara y expandiera por el resto del litoral atlántico, ganando mayor peso y volumen.
El impacto económico tiene doble faz. Para los puertos de la Patagonia fue un verdadero soplo de aire fresco. Allí se instalaron las empresas internacionales, se generó empleo directo en la contratación de personal de tierra y mar, e indirecto a partir de la construcción de embarcaciones de mayor calado, hotelería y transporte.
El lado B de esta historia lo sufren puertos como el de Mar del Plata, que no trabaja con pesca congelada. Los famosos “fresqueros”, que bajan la carga y la procesan en tierra, principalmente de merluza, han visto menguar la actividad de manera considerable. Aquí manda el precio y el mercado. Y lo que antes era negocio, ahora ya no lo es.
En cuatro años el puerto marplatense recibió 100 mil toneladas menos de pescado. Perdió una cuarta parte de su volumen. Eso se siente en las plantas procesadoras de tierras. Se esfumaron 600 puestos de trabajo, entre fileteros, estibadores y camaristas.
“La disminución y el fracaso en la pesca de otras especies como la anchoa y la caballa se produce porque nadie las va a buscar. El langostino es la estrella de la pesca nacional. Son aproximadamente 240.000 las toneladas de langostino que se declaran, aunque mucho se tira al agua antes del desembarque”, comenta un especialista, nacido y criado en Mar del Plata.
Lo que ha generado el langostino es un mayor volumen de exportación a partir de los mejores precios internacionales. Dicen en la subsecretaría de Pesca que igualmente no se descuida la captura de otras especies. Tanto que se sigue pescando 250.000 toneladas de merluza.
Pero la actividad ha virado claramente hacia la Patagonia. “Parte de la flota se ha movido hacia el sur. Ocurre que Mar del Plata es un puerto merlucero. En el mercado, a la merluza congelada le está yendo bien, pero la merluza fresca que se descarga en tierra para ser procesada está trabajando con márgenes muy ajustados. Es verdad que se perdieron plantas por cierre. Quedaron 50.000 toneladas de merluza sin pescar en 2018. Sobran porque no hay barcos para pescarlas. Ahí manda el mercado”, explican.
Hay también algunas curiosidades. Entre las empresas que dominan el mercado del langostino está la argentina Newsan, una compañía dedicada a la fabricación de electrodomésticos, que durante la gestión de Guillermo Moreno en el Secretaría de Comercio y la obligación de exportar para poder importar, se volcó al negocio pesquero.
Van más cifras que refuerzan la idea. En 2018 los puertos patagónicos tuvieron las mejores cifras de desembarco de pesca, con mejoras palpables en Puerto Madryn (17%), Ushuaia (23%) y Caleta Olivia (57%). Todos beneficiados por la abundancia del langostino y un precio internacional que dinamiza la actividad.
Y como el negocio está allí, es allí donde se invierte. En la Feliz remarcan con amargura que en materia de infraestructura portuaria la Nación ha priorizado la mejora del puerto de Comodoro Rivadavia, donde se duplicaron los muelles de amarre. Puerto Madryn cuenta con un muelle adicional y Camarones con otro para provisión de combustible. En Mar del Plata, en cambio, el puerto se tuvo que pagar su propio dragado. “Es un puerto colapsado”, confiesan.
El paso del tiempo también juega su partido. En la subsecretaría son claros al respecto: “Con las lanchas amarillas hay un problema porque muchas son viejas, de la década del ’40, y no tienen un radio de cobertura porque la pesca se ha alejado. Prefectura no los deja alejarse más allá de 30 millas de la costa, pero la realidad es que ahora se pesca en la milla 50”.
De allí que el Gobierno impulsó la renovación de la flota pesquera, imponiendo límites de antigüedad para las embarcaciones e impulsando la actividad de los astilleros locales. Claro está, el éxito del plan dependerá del contexto económico y el acceso al financiamiento.
Si el langostino es a la actividad ictícola lo que la soja al campo, cabe preguntarse por la sustentabilidad del recurso. Su pesca es anual, pero dicen los expertos que es difícil determinar la captura máxima permisible. “El mar es bastante distinto a lo que ocurre en el continente. Es un ecosistema y en la medida en que captura una especie puede afectar el stock de otra especie. No es como en el campo, que si mata 20 vacas no pasa nada”, aseguran. El temor a que los altos precios internacionales impulsen una sobrepesca está latente.
Y queda, para el final, hablar de la porosidad de las fronteras argentinas. La marítima es, a todas luces, la más ardua de custodiar a partir de la falta de equipamiento. “No somos un colador –suelen enfatizar en la subsecretaría de Pesca-. Se trabaja mucho a través del Consejo Federal de Pesca, y junto con Prefectura y la Armada en la milla 200. Se están incorporando ahora nuevas lanchas de patrullaje para cuidar mejor los recursos del mar”.
Lo cierto es que Argentina ha avanzado en la compra de tres buques patrulleros clase Gowind a Francia. Será esta la primera adquisición de barcos de gran tonelaje para la Armada en tres décadas. El esfuerzo vale, pero parece poco frente a lo que hace, por ejemplo, Brasil, que ya botó el primero de cinco submarinos destinados a la custodia de sus recursos marítimos.