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El mar tiene nombre de mujer: historias de pescadoras que demuestran que la equidad es clave para la sostenibilidad

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Imagine una escena de pesca. El mar inmenso, olas bravas, un barco. Las personas que están a bordo, ¿son hombres o mujeres? Lo más probable es que en esa escena imaginaria, su mente haya dibujado hombres pescadores. Nada hay de raro en ello. La pesca es vista en todo el mundo como un oficio masculino. Las cifras, sin embargo, ponen en entredicho esa asumida verdad. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las mujeres ocupan el 90 % de los puestos de trabajo en las fases previas y posteriores a la fase de captura.

Las mujeres preparan las redes y ensartan la carnada en los anzuelos, preparan el hielo para que el pescado no se descomponga en los días que dure la faena en altamar y cuando los barcos llegan a puerto, son ellas las que limpian, filetean, desconchan, ahuman, secan y salan.

Si se consideran todas estas actividades, sumadas a la recolección de mariscos y algas en las orillas de playa y en los manglares, algo que suele estar a cargo de las mujeres, la mitad de la mano de obra en el sector pesquero y acuícola es femenina, asegura la FAO. El problema es que esas labores, aún si son cruciales para que la pesca pueda realizarse y el pescado pueda venderse, en la mayoría de los casos no son reconocidas.

La marisquera Liliana García camina entre las piedras llenas de conchas, buscando almejas o churrias que luego vende en el mercado local.

“Nos veían como algo que no valía nada”

“Me tocó llorar y sufrir. Me decían: ‘Las mujeres sirven solo para cocinar’”. La historia de Claudia Conejeros, 42 años, chilena, pescadora desde hace 17, desafió la extendida creencia de que las mujeres traen mala suerte en el mar. Aunque con el tiempo esa idea ha perdido popularidad, sigue siendo una de las razones por la que los hombres se niegan a llevar a una mujer a bordo. Creen que su sola presencia hará que no pesquen nada. Claudia Conejeros se tragó todos los comentarios, dice, “hasta que me vieron en cubierta y cambiaron de opinión”. Su rigor inspiró a otras mujeres, no solo a las que quieren ir al mar, sino también a las que se quedan en tierra fileteando y limpiando el pescado, aunque para ellas el camino suele ser aún más pedregoso.

En América Latina los registros pesqueros que manejan los países suelen considerar sólo a aquellas personas dedicadas a la captura, como Claudia Conejeros. Así que todo el universo de mujeres que ejerce en las actividades conexas no figura en ningún listado. Por consecuencia, tampoco se benefician de las políticas públicas enfocadas en mejorar o apoyar el sector pesquero.

Esto agudiza un escenario de por sí desfavorable puesto que las ocupaciones en las que se concentran las mujeres son menos retribuidas. En México, por ejemplo, según datos oficiales de 2024, las mujeres en la pesca enfrentan una brecha salarial considerable, ganando en promedio 3500 pesos mensuales, que equivalen a unos 187 dólares, mientras que los hombres perciben alrededor de 7000 pesos o 375 dólares.

En Perú, el Ministerio de la Producción (Produce) también reconoce que las mujeres enfrentan condiciones laborales precarias, con trabajos inestables y mal remunerados. En la Bahía de Sechura, al norte del país, el 86 % de las mujeres que se dedican a la pesca gana menos del salario mínimo, asegura el Produce en un estudio de 2023. Además, “las mujeres muchas veces deben conciliar el trabajo con las labores del hogar, trabajan en un contexto machista y no logran alcanzar roles de liderazgo”, indica el estudio.

En Colombia, las mujeres que buscan la piangua, un molusco que crece en los manglares, incluso han tenido que lidiar con la discriminación. “Nos veían como algo que no valía nada, como una pobreza”, cuenta una de las mujeres entrevistadas que incluso oyó a hombres decir: “Yo no soy capaz de acostarme con una mujer piangüera”.

Las mujeres pescadoras se defienden

En los últimos años, el trabajo invisibilizado de miles de mujeres ha comenzado, lentamente, a salir a la luz. En parte, el interés global por combatir la desigualdad de género ha fomentado este escenario. De hecho, siete de los 17 objetivos de desarrollo sostenible de la ONU tienen metas relacionadas con la equidad de género.

Pero el mérito también es de las propias mujeres que, organizadas en sindicatos o agrupaciones, se han empoderado y exigen reconocimiento. Una investigación científica publicada en 2024 por el Instituto Mexicano de Investigación en Pesca y Acuacultura Sustentables concluyó, después de realizar un mapa de soluciones en Latinoamérica que promueven la igualdad de género en el mar, que en los últimos años se han constituido organizaciones pesqueras, colectivos, redes de colaboración y sindicatos específicos de mujeres.

En Chile, por ejemplo, las mujeres lograron constituir sindicatos que han empujado decisiones políticas para ser reconocidas. En Colombia, la autoestima de las piangüeras ya no es la de hace 40 años y eso se debe, en gran parte, a la asociatividad que ellas mismas han fomentado. Además, un proyecto de ley busca mejorar sus condiciones de vida.

En Ecuador, un grupo de mujeres trans logró abrirse camino en la pesca y en Perú, las mujeres lideran el negocio de la recolección de algas al interior de la Reserva Nacional de Paracas. Allí, “ellas son las jefas”, dicen los varones.

Tradicionalmente asociadas al cuidado, son las mujeres las que suelen ocuparse de la recuperación de sus mares y esa es una de las razones, de hecho, por las que empoderarlas es también una estrategia para conservar la naturaleza.

Las historias de este especial relatan cómo ellas han levantado la voz, no solo para defender su oficio del desdén, sino para proteger los ecosistemas que son la fuente de su trabajo.

En México, las mujeres pescadoras del estado de Yucatán integran comités de vigilancia para hacer frente a la pesca furtiva, algo que hasta hace poco estaba reservado a los hombres.

En Honduras, a cinco años de una mortandad masiva de moluscos en el golfo de Fonseca, que sigue sin explicación, las mujeres establecieron reglas para proteger los recursos marinos. En Guatemala, impulsan la creación de una veda para lograr que se recupere el cangrejo nazareno.

Los retos, sin embargo, para lograr que las mujeres tengan igualdad de condiciones y posibilidades, aún son grandes.

Las mujeres pescadoras se defienden

En los últimos años, el trabajo invisibilizado de miles de mujeres ha comenzado, lentamente, a salir a la luz. En parte, el interés global por combatir la desigualdad de género ha fomentado este escenario. De hecho, siete de los 17 objetivos de desarrollo sostenible de la ONU tienen metas relacionadas con la equidad de género.

Pero el mérito también es de las propias mujeres que, organizadas en sindicatos o agrupaciones, se han empoderado y exigen reconocimiento. Una investigación científica publicada en 2024 por el Instituto Mexicano de Investigación en Pesca y Acuacultura Sustentables concluyó, después de realizar un mapa de soluciones en Latinoamérica que promueven la igualdad de género en el mar, que en los últimos años se han constituido organizaciones pesqueras, colectivos, redes de colaboración y sindicatos específicos de mujeres.

En Chile, por ejemplo, las mujeres lograron constituir sindicatos que han empujado decisiones políticas para ser reconocidas. En Colombia, la autoestima de las piangüeras ya no es la de hace 40 años y eso se debe, en gran parte, a la asociatividad que ellas mismas han fomentado. Además, un proyecto de ley busca mejorar sus condiciones de vida.

En Ecuador, un grupo de mujeres trans logró abrirse camino en la pesca y en Perú, las mujeres lideran el negocio de la recolección de algas al interior de la Reserva Nacional de Paracas. Allí, “ellas son las jefas”, dicen los varones.

Tradicionalmente asociadas al cuidado, son las mujeres las que suelen ocuparse de la recuperación de sus mares y esa es una de las razones, de hecho, por las que empoderarlas es también una estrategia para conservar la naturaleza.

Las historias de este especial relatan cómo ellas han levantado la voz, no solo para defender su oficio del desdén, sino para proteger los ecosistemas que son la fuente de su trabajo.

En México, las mujeres pescadoras del estado de Yucatán integran comités de vigilancia para hacer frente a la pesca furtiva, algo que hasta hace poco estaba reservado a los hombres.

En Honduras, a cinco años de una mortandad masiva de moluscos en el golfo de Fonseca, que sigue sin explicación, las mujeres establecieron reglas para proteger los recursos marinos. En Guatemala, impulsan la creación de una veda para lograr que se recupere el cangrejo nazareno.

Los retos, sin embargo, para lograr que las mujeres tengan igualdad de condiciones y posibilidades, aún son grandes.

“Tradicionalmente se le atribuye a las mujeres la responsabilidad del cuidado de la familia, de los enfermos, de la comunidad y del medio ambiente”, asegura Rabanales. Un trabajo que se espera hagan de manera desinteresada, sin remuneración alguna. Por lo tanto “el tiempo es el principal obstáculo en las mujeres para tener un mayor involucramiento en el sector pesquero, pues no existe quien la sustituya en las labores domésticas y de cuidado”, explica.

Sumado a eso, “la violencia generada por el tipo de masculinidades que se aprenden y son expresadas por hombres y mujeres” también es un fuerte freno al desarrollo y la emancipación, indica el estudio del IMIPAS.

En América Latina y el Caribe habitan aproximadamente 335 millones de mujeres y niñas-— según datos de la Cepal— “de las cuales, por lo menos 63 millones viven en zonas rurales, con una interacción directa y constante con el medio natural”, asegura la ONU.

Esas mujeres y niñas, a menudo lideran movimientos ambientales y de defensa del territorio. Además, “dependen de los recursos naturales, los influyen y los gestionan”, reconoce el GEF. De hecho son ellas, muchas veces, las que administran el agua, la comida, las semillas, y transmiten conocimiento sobre la biodiversidad y su cuidado. Las historias de este especial dan prueba de ello.

El rol de la mujer en la naturaleza es tal que investigaciones científicas y también ejemplos concretos han demostrado que empoderarlas puede reducir el daño ambiental, especialmente si se involucran en posiciones de liderazgo para la gestión y conservación de los recursos naturales. Por lo mismo, para proteger y restaurar la naturaleza es necesario acabar con las desigualdades que mantienen a las mujeres recluidas. Los hechos reflejan que garantizar que ellas tengan igual acceso a la educación, a los recursos naturales, financieros y a los procesos de toma de decisiones permitirá avanzar hacia un desarrollo más sostenible para todos.

Fuente: Mongabay