Es un misterioso parque nacional africano donde las dunas rugen y la arena está sembrada de huesos.
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Dos calaveras enormes lo advierten desde las rejas de entrada. Los portugueses conocían a esta zona como “las puertas del infierno”. Para los bosquimanos (pueblos indígenas del sur de África) es “la tierra que Dios creó con ira”.
Desde hace 75 años el mundo conoce a este lugar como la Costa de los Esqueletos, en Namibia. Un nombre tan terrorífico como apropiado.
Detrás de la reja se abre un territorio hostil y desolado: aproximadamente un tercio de la costa de Namibia, donde el desierto más antiguo del mundo, el Namib, muere en el océano Atlántico.
El parque nacional de la Costa de los Esqueletos se extiende unos 500 kilómetros (delimitado al norte por el río Kunene, y al sur por el Swakop), a lo largo de los cuales la fría corriente de Benguela empuja las olas hasta el pie de las dunas.
En los últimos cinco siglos, se calcula que aquí naufragaron más de un millar de barcos.
La combinación de corrientes cambiantes, vientos furiosos y densas nieblas convirtió la navegación en un riesgo fatal. Además, durante años la única vía de escape para los supervivientes fue una marcha incierta de kilómetros y kilómetros a través del desierto. Aún hoy, las arenas están sembradas de huesos. Se hallaron despojos humanos, pero principalmente de focas y ballenas.
Corrientes cambiantes, fuertes vientos y nieblas densas caracterizan esta zona llamada la Costa de los Esqueletos, Namibia (Getty Images para Viajes)
Al atravesar el parque se divisan los restos de varias embarcaciones. Algunas de ellas, identificadas. Como las del carguero Eduard Bohlen, naufragado en septiembre de 1909. Pero muchas otras siguen siendo desconocidas.
La imagen de las olas rompiendo sin cesar contra restos de madera y hierro, sin otro sonido que el del vaivén del mar, resulta impresionante.
Sin embargo, el parque nacional tiene muchos más atractivos. Entre ellos, las dunas rugientes (al soplar el viento sobre la arena, arranca un murmullo similar al de un avión en vuelo rasante) y formaciones rocosas de mil millones de años. También, por increíble que parezca, existe una rica variedad de fauna.
Vida entre tanta muerte
Jirafas, elefantes, rinocerontes negros, leones, cebras, springboks (gacelas saltarinas), hienas, babuinos… y cerca de 250 aves lograron adaptarse al clima. De hecho, la Costa de los Esqueletos protagonizó varios documentales sobre la supervivencia de los animales a la aridez extrema. Las especies se concentran a la orilla de los ríos interiores de la mitad norte del parque, solo visitable en compañía de guías cualificados.
En cambio, la mitad sur es de acceso libre. Solo se requiere un permiso que se puede obtener en Windhoek, la capital namibia, en Swakopmund o directamente en el puesto que hay justo pasando la entrada.
Eso sí: quien se aventure a entrar en la Costa de los Esqueletos debe cumplir ciertas precauciones básicas. No abandonar la ruta ni caminar lejos de ella, ya que es fácil perderse en el desierto. No manejar a más de 80 km/h. Y sobre todo llevar bebida, comida y el tanque de nafta lo suficientemente lleno, dado que no hay estaciones de servicio.
El origen del nombre
La Costa de los Esqueletos, el libro que diera nombre a esta región maldita por los navegantes, se publicó en 1944. Su autor, el historiador John Henry Marsh, reconstruyó uno de los rescates marítimos más espectaculares del siglo pasado: el del carguero británico Dunedin Star.
Era 1942. En plena Segunda Guerra Mundial, el Dunedin Star transportaba municiones y suministros para abastecer a la Armada Británica en el Próximo Oriente. Había partido de Londres el 9 de noviembre rumbo a Egipto, con 21 pasajeros y 85 tripulantes. La noche del 29 de noviembre, en un mar embravecido, chocó contra un arrecife frente al extremo norte del actual parque. Se logró evacuar en bote a 63 personas (incluidos los niños, las mujeres y los mayores) pese a las malas condiciones, pero el resto tuvo que permanecer a bordo. La respuesta al SOS lanzado por el operador fue inmediata. Se puso en marcha una operación por tierra, mar y aire.
Tres embarcaciones acudieron al rescate. El mar, sin embargo, dificultó enormemente sus tareas. De hecho, un marinero y un primer oficial fueron arrastrados por la corriente cuando intentaban ganar la costa nadando. Fueron los dos únicos fallecidos de esta tragedia.
En paralelo, un avión con suministros para los desembarcados del Dunedin Star (carecían de abrigo y contaban únicamente con la bebida y el alimento de los botes salvavidas) quedó encallado al aterrizar sobre una salina oculta bajo la arena. A su vez una caravana de once camiones enviada por la policía de Sudáfrica se sumaba a los trabajos a contrarreloj.
Los camiones regresaron a Windhoek con los supervivientes del Dunedin Star el 23 de diciembre, casi un mes después del naufragio. El rescate de los tres ocupantes del avión se prolongó hasta el 1 de febrero de 1943.
El juicio halló culpable al capitán del carguero, que fue despedido y emigró a la India, donde murió pocos años después. Los tripulantes pronto volvieron a sus actividades en el mar, con suerte desigual: seis de ellos sucumbieron a un nuevo naufragio en el Atlántico Norte en 1943, y otro en el canal de la Mancha al año siguiente.
clarin