Pesca Puerto Rawson. La postal que enmarca esta crónica tiene belleza y el color de una flota pintoresca y también la que emana de ver la cultura del trabajo. La eficiencia y la producción de una de las flotas más rentables y modernas del mundo. Nadie puede desconocer que el trabajo en la pesca es mucho y arduo. Pero se nota en todos los que allí están la bonanza económica de los últimos años.
Un día en Puerto Rawson: inicio a toda máquina
La cosa arrancó bien temprano en Puerto Rawson. En las primeras horas de la madrugada los muelles eran una romería sincrónica y vertiginosa, capaz de alistar en tiempo récord al casi centenar de barcos rumbo al preciado langostino patagónico. Una hora, hora y media nomás y el puerto volverá a su letargo habitual hasta la próxima pleamar, la del regreso.
El Siempre Don Vicente es el típico costero de Rawson con 20,98 metros de eslora, que carga alrededor de 1500 cajones en bodega. Un gran barco orientado principalmente a la pesca de langostino y que, en las última temporadas bajas, comenzó a incursionar con la anchoíta. Es sin dudas uno de los mejores buque en su clase y más equipado de la flota amarilla que opera en aguas de Chubut. Todo funciona a la perfección: se cuenta con lo necesario, con lo que tal vez pueda hacer falta y hasta con lo que seguramente nunca se usará.
Pertenece a Pesquera Hemos Triunfado S.A., la firma armadora que encabeza Raúl Matías Cereseto, “Tato” como le dicen todos. Un hombre que desembarcó hace unos 15 años en la actividad, que no viene de una familia con historia en la pesca. Pero que le apasiona lo que hace y lo demostró, con palabras y hechos, en la marea a la que nos invitó. Trabaja para ser el mejor en lo suyo, emprende, genera trabajo para muchas familias. Y, también se preocupa por mostrar todas las caras de una industria que, por sus características y actores, siempre está en tela de juicio. Algo que no siempre se ve en esta actividad, donde la mayoría de los empresarios son reacios a comunicar y optan por un perfil más bajo.
El movimiento en el puerto: una ciudad en miniatura
En temporada, Puerto Rawson puede transformarse en una verdadera ciudad aparte. Sea la hora que sea camiones que van y vienen con materia prima para las plantas de Madryn, Rawson y Trelew, e insumos para la flota. Autos y coquetas camionetas de trabajadores que buscan el lugar más cerca a la entrada de los muelles, como así también taxis que traen a muchos otros.
Preparativos para zarpar
Son las 03:40 de la mañana del sábado 30 de noviembre y en el ingreso al nuevo muelle público con mi compañero de tareas Gabriel Steeman esperamos el arribo de “Tato”. Quien nos había anticipado de que el capitán es un “relojito” y pasadas las 4 debíamos estar zarpando a zona de pesca. Acá son el clima y las mareas las que marcan la agenda y los tiempos en la desembocadura del Río Chubut. Todas las embarcaciones salen y entran con la pleamar, que se da cada 12 horas.
Ya a bordo, previo a presentar la documentación personal y la disposición realizada por la Prefectura -que autorizó nuestro embarque-, nos reciben en la popa parte de la tripulación del S.D.V. En el puente, Roberto, el patrón de la embarcación, ya se alistaba para la maniobra posterior a soltar amarras. Los rostros eran de asombro. No es común ver llegar al dueño del barco para embarcarse con un equipo periodístico. Pero acá pasó.
La pesca: un arte metódico
El marisco hoy está cerca, mayormente frente Rawson; hay que navegar una hora o tal vez menos, en un mar que es cambiante a lo largo de la jornada. La maniobra de pesca empezó después de las 7 y saca del letargo a una tripulación afilada a fuerza de rutina, que transforma al costero en una pieza de relojería. Cada movimiento tiene un porqué y un para qué. La posición, los portones, el rumbo, la enfilación, el equipo, los tangones, los canastos, los cajones, los baldes con sulfito, las fajas, las botas y todo el equipo y el capitán, todo cobra sentido y tiene un rol bien determinado.
Esta temporada es excepcional por abundancia de recurso. Casi no hay espacio para las sorpresas: ayer se pescó bien igual que antes de ayer y que el día anterior, la otra semana, el mes pasado; y seguramente el mes que viene también será bueno.
Aquel día costó encontrar la marca sí. Pero con el correr de los minutos y la paciencia que combina nervios y ansiedad entre los presentes, llega a cubierta el primer lance de la jornada. Es la primera de cuatro bolsas limpias de excelente L1 que se desparrama vivo sobre cubierta en medio de un potente chorro de agua que los desenreda.
Ningún lance tendrá menos de 140 cajones. Alguna que otra esponja, papa y dos pescados componen el escuálido by catch o pesca incidental. Algo que si uno no lo ve y se lo cuentan costaría creerlo, de tan perfecto que es. La marea sería larga y las emociones se manejan con cautela hasta el cierre.
A simple vista no parece necesitarlo, pero los cuatro marineros en cubierta -dos por banda- lavan el langostino casi de manera obsesiva. En el mar el laburo es frenético, con la dosis exacta de potencia y cuidado sin perder el ritmo de trabajo ni la conciencia de estar trabajando un producto que aumenta su rendimiento y valor proporcionalmente con la cantidad de pescado que llegue a tierra entero y frío. Esta es la parte del trabajo que nunca se ve. Pero que se puede apreciar perfectamente tanto en las descargas como en los partes de producción de las plantas. Hay barcos como el Siempre Don Vicente o el Nuevo Anave, recientemente botado y propiedad de Cereseto y Pantano, que se preocupan por la calidad de la captura y barcos (muy pocos) en los que se hace volumen y solo eso interesa.
Cuidando el preciado recurso
El preciado marisco se cuida en los lances cortos, se trabaja en cubierta con abundante agua y el proceso que evite posterior melanosis, se lo desliza por cintas que lo deposita en la bodega dentro de los cajones y otros dos marineros lo acomodan allí con abundante hielo. Todo es igualmente rutinario y mecánico. Cada cajón se completa con tres cuartas partes de langostinos y una de hielo. Así varias horas, 1500 cajones en este caso, una muy buena marea.
El trabajo en la pesca siempre fue así de sacrificado, pero a los pescadores se los ve contentos. Uno no será del palo pero se nota con claridad cuando la gente gana bien, trabaja a gusto y conforma una tripulación que se articula como un equipo. El mar te da y te quita, dinero y salud, plata o vida familiar, hacerse la casa o ver crecer a los hijos. Fue así y siempre lo será, pero cuando alguien gana en una marea lo que otros ganan en un mes es aún más difícil bajarse del barco en plena bonanza.
Una industria que no descansa
La zafra provincial entró en su segundo mes de una abundancia y continuidad inédita, necesitan un breve descanso, sus cuerpos se lo piden, lo saben mejor que nadie. Pero van a seguir hasta que los números den y ya llegará el tiempo de descansar, recuperarse y sanar las heridas en tierra firme. Todos coinciden, eso sí, en que después de esto viene un viaje a lo más lejos y placentero que puedan conseguir y se ve en sus rostros la felicidad que ese sueño les genera. Saben que esto no siempre fue así y sospechan que no durará para siempre.
Roberto, que lleva unos buenos años en el SDV, ha sabido ganarse la estima y el respeto de su tripulación. Él se ganó el respeto a fuerza de prudencia, responsabilidad, eficiencia y porque es parte central de la bonanza económica que todos disfrutan. Los cuida, va y viene completo siempre entre los mejores y les hace ganar mucha plata; ¿qué más se le puede pedir a un patrón?
Hoy el trabajo arriba del buque tiende a agilizarse y perfeccionarse con la ayuda de las cintas transportadoras. Se trata de una flamante línea automática para transportar el pescado y redirigirlo hacia la bodega. Con este sistema se le da un mejor tratamiento al marisco y los marineros ya no tienen que estar “canasteando”.
Ese día se hizo el primer lance poco después del amanecer y el último a mitad de la tarde. Para cuando se terminó todo, eran más de las seis. Fueron 12 horas de trabajo fuerte, con algunas pausas en el medio que incluyeron picada y asado. Alternándose las tareas en cubierta y en bodega, lance tras lance, maniobra tras maniobra.
Más de doce horas haciendo fuerza y dejando a cada bolsa jirones de salud.
En más de una ocasión me ha tocado conversar con empresarios que afirman que “para alguien que no sabe hacer otra cosa y no tiene estudio este trabajo está muy bien pago”. Y puede que sea cierto: en un barco como este un marinero puede llegar a ganar en tres días lo que en tierra se paga en un mes. Está bien, pero cuánto vale una espalda; qué precio tienen la familia o los amigos; cuánto cuesta no ver crecer a tus hijos o estar con ellos cuando te necesitan. ¿Qué precio se le pone a una vida? Porque un hombre de mar, al margen de que la arriesgue, también la entrega por el mismo precio.
La vida económica de los hombres de mar suele transformarse en un círculo vicioso: los buenos sueldos y la falta de preparación y previsión, generan a menudo un buen nivel de vida para la familia, al tiempo que el embarcado se deteriora físicamente a pasos agigantados. La gente de la pesca suele autoimponerse un nivel de vida acorde a sus buenos ingresos, y para conservarlo resulta prácticamente imposible dejar la actividad.
Llegan a los cuarenta años pareciendo de cincuenta y con espaldas jubiladas. Es común ver jóvenes de treinta fajados, para mitigar los dolores de las casi seguras hernias de disco.
Hay algunos que consideran que sería bueno trabajar con dos tripulaciones, pero es difícil que eso se dé, haría falta todo un cambio de mentalidad. El armador busca a quien confiarle el barco y una vez que encuentra a quien se lo cuida como propio y lo trabaja bien, no quiere que se baje. Y está bien, es comprensible que así sea y te pagan muy bien. Pero no te voy a negar que en mi caso me conformaría con ganar la mitad de lo que gano si con ello pudiese estar más tiempo en mi casa.
Pasan las 6 de la tarde y el costero comenzó a aproximarse a la escollera que marca el ingreso a Puerto Rawson; llovía y hacía calor. Tardecita ya y con el regreso de los barcos el puerto de Rawson se saca de encima la modorra y comienzan las cuadrillas de estiba su labor de varias horas para vaciar las bodegas y llenar las plantas.
Para con la tripulación del Siempre Don Vicente todo mi agradecimiento. Definitivamente lo mío es “escribir” y me faltan palabras para describirla en su real mérito: a todos, en lo suyo, hay que verlos trabajar –y convivir– para percibir la real dimensión de este grupo. Todos y cada uno tienen una función clara y roles asignados: el patrón, el segundo patrón, el maquinista, el primer pescador y la marinería. Pero cuando el pescado está en cubierta, palas y canastos homogeneizan los roles y se labura codo a codo hasta que el último sea estibada en bodega.
Desde estas páginas, gracias a todos, nos regalaron una fiesta para nuestros ojos y la posibilidad de aprender un poco más y mostrar a nuestros lectores sobre esta generosa actividad que nos cobija y nos da de comer a nosotros y a tanta otra gente.