Internacionales
Pescadores descargan sus capturas en la costa Este de Barbados. C. L.
Por CARLOS LAORDEN
Las comunidades costeras que viven de sus capturas en mares, lagos y ríos se ven a menudo abocados a la pobreza, la desprotección y el olvido institucional
Nueve de cada 10 personas que trabajan en la pesca lo hacen enrolados en actividades de pequeña escala. Estas, a su vez, registran la mitad de las capturas mundiales, según la FAO (agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura). Y, sin embargo, muchas veces parecen invisibles. “Se reconoce la necesidad de producir más comida y la importancia del pescado como producto. Cada vez se entiende mejor la necesidad de tener unos océanos sanos. Pero demasiadas veces nos olvidamos de los pequeños pescadores y procesadores”, señalaba este lunes Silje Ram, de la agencia noruega de cooperación.
No es tanto el caso de Noruega, reconocía Ram, donde “se puede vivir del mar decentemente y hay muchas formas alternativas de ganarse la vida”. En numerosos países en desarrollo, la pesca es una red de seguridad y fuente de ingresos y de alimento para millones de personas. Hay 5,8 millones de pescadores en el mundo que viven con menos de un dólar al día. Esto es, en la llamada pobreza extrema.
“Aun así muchas veces, cuando hablamos de desarrollo y pobreza rural, nos olvidamos de ellos”, reconocía Chadi Mohanna, del Ministerio de Agricultura libanés. “En mi país, tendemos a pensar solo en la gente de las montañas y las llanuras, creyendo que la costa es la zona rica con grandes ciudades, resorts y casinos… Pero pocos se fijan en las comunidades pesqueras muy pobres”. En Líbano, los pequeños pescadores ganan de media un 35% menos que el salario mínimo nacional, de 4.500 dólares al año.
Los problemas de estas comunidades, sin embargo, van mucho más allá. Muchas veces, coincidían los ponentes de una conferencia celebrada en la sede de la FAO en Roma con motivo del Comité de Pesca de la agencia, pagan el pato por los problemas que han generado otros. “No se les tiene en cuenta a la hora de limitar o prohibir la pesca o establecer áreas marinas protegidas”, denunciaba Ram.
Es lo que le ocurrió a los habitantes de Maganga, una aldea en la orilla sudoeste del lago Malaui, en el país del mismo nombre. Las autoridades les impidieron pescar en la zona del lago donde llevaban faenando “desde tiempos inmemoriales”, según explicaba a Planeta Futuro su portavoz, Haroon Chapola. Su falta de estudios les impedía defender su caso, y fue necesaria la intervención de diversas asociaciones para que se enteraran de sus derechos y consiguieran cambiar la decisión gubernamental.
El de la falta de acceso o las limitaciones que ponen en riesgo la economía de estas comunidades es un problema global. Gerald Miles, de la ONG por la conservación de los recursos naturales Rare, defendía que el trabajo con grupos afectados por áreas reservadas puede mejorar su pesca y al mismo tiempo mejorar el estado de las poblaciones. Proyectos en Filipinas, Indonesia o Brasil protegiendo los derechos de los pescadores han visto aumentos de entre el 111% y el 390% en la cantidad de peces fuera y dentro de las reservas. “Ha habido cambios clave en conocimiento, actitudes y comunicación”, aseguraba.
“A veces la gente piensa que somos analfabetos”, se quejaba el senegalés Gaoussou Gueye, presidente de la Confederación Africana de Pesca Artesanal. “Pero uno puede saber leer y escribir y ser un analfabeto, y viceversa. ¿O cuántos en esta sala saben manejar un GPS?”, retaba a los asistentes. Gueye lamentaba el poco respeto hacia quienes se dedican a estas actividades, especialmente en el continente africano. Y recalcaba la necesidad de que haya organizaciones fuertes para defender los derechos de estas comunidades y mejorar la colaboración y gestión entre quienes dependen del mar para vivir.
“Entendemos que no puede existir un buen manejo de la pesca sin organizaciones sólidas”, coincide Carlos Fuentevilla, experto de la FAO en Barbados. En esta nación insular caribeña y otras islas de la zona, los pequeños pescadores son clave para el sostenimiento de miles de familias y también para la producción de comida en lugares que producen muy poca y se ven obligadas a importar la mayor parte de lo que consumen. “Cada uno va a lo suyo, somos muy individualistas, reconocía a EL PAÍS Vernall Nicholls, representante de los pescadores de la región. Y la unión, dicen, hace la fuerza. O al menos te da visibilidad.