Langostino Pesca

Cautela y esfuerzo medido: Así se vive la inusual temporada de langostino

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Por estos días, la temporada de pesca de langostino se desarrolla bajo un signo atípico. Lejos de replicar las dinámicas tradicionales, el escenario actual exhibe una imagen desacostumbrada: un inicio tardío, forzado, limitado exclusivamente a buques fresqueros y sin el vértigo característico que solía marcar esta etapa del calendario pesquero. El panorama, sin matices, deja en evidencia que no se trata de un ciclo más. Lo que se juega, en el fondo, es la sustentabilidad económica del negocio y el reordenamiento progresivo de una actividad que comienza a replantearse en todos sus niveles.

El impulso hacia la captura ya no se rige por la lógica del empuje automático: está condicionado por una ecuación de rentabilidad frágil, al borde del equilibrio. El precio que hoy abonan las plantas procesadoras por el langostino en boca bodega —1,80 dólares por kilo— apenas permite cubrir costos, y aun así, con importantes salvedades entre las que se destacan los modelos de actividad primaria extractiva, procesadora y exportadora, es decir esquemas integrados de toda la cadena de valor.

Las causas de este freno son múltiples, pero todas convergen en un contexto financiero adverso. Por un lado, las cámaras de frío del complejo industrial chubutense siguen prácticamente colmadas tras una excelente zafra 2024/2025 en aguas provinciales. Por otro, persisten los efectos de un estrangulamiento financiero profundo: muchas plantas no han cancelado todavía los pagos correspondientes a las capturas desembarcadas durante la exigente temporada en Rawson. Este incumplimiento erosiona la confianza de los armadores fresqueros, que ante la incertidumbre del cobro —no solo en tiempo, sino también en forma—, optan por reducir al mínimo la exposición, especialmente en contextos de costos operativos que no cesan de incrementarse, como sucede en los muelles, descarga y alistamiento y transportes de Puerto Madryn y Camarones.

En consecuencia, el esfuerzo pesquero muestra una retracción visible. Apenas una docena de buques fresqueros y un congelador opera sobre la única subárea 12 habilitada, abierta el pasado 9 de julio a las 07:00 horas. La escena en el muelle de Mar del Plata es por demás elocuente: sin movimiento, sin urgencia, sin aquella presión casi compulsiva por salir a pescar que marcaba campañas anteriores. No obstante, el recurso está. La biomasa se presenta concentrada, con tallas comerciales adecuadas, y desde el punto de vista biológico y operativo, la pesca resulta viable.

En este tablero redibujado, unos pocos fresqueros de la flota marplatense —entre los más activos de la zona— han optado por realizar sus descargas en el puerto de origen, en una reconfiguración logística que apunta directamente a dos objetivos centrales: reducir costos y asegurar el cobro efectivo de lo capturado. Una decisión que no es menor, y que responde a la necesidad de evitar mayores riesgos en un entorno cada vez más inestable.

Desde una perspectiva estrictamente biológica, extraoficialmente, las concentraciones actuales de langostino en la ZVPJM presentan una composición mayoritaria de tallas L2, seguidas de L3 y L1, con una ausencia virtual de fauna acompañante, lo que favorece la operatividad de la pesca fluida en ese sector del Atlántico. Dichos núcleos de biomasa se localizan al este de la Subárea 12, con un desplazamiento sostenido hacia el noreste, a una latitud ligeramente más alejada de la costa en comparación con el mismo período del año anterior.

No obstante, el contraste en términos productivos resulta abrumador. Al observar la evolución interanual de los volúmenes descargados, la caída es tan marcada como elocuente: mientras en esta misma etapa de 2024 las descargas acumulaban un total de 125.587 toneladas, el registro correspondiente a 2025, hasta el momento, se limita a 33.997 toneladas. Cabe subrayar que de este volumen, 27.923 toneladas provienen exclusivamente de la flota costera que operó en aguas bajo jurisdicción de la provincia de Chubut durante la temporada de Rawson, lo cual deja en evidencia la notoria retracción de capturas en el ámbito nacional producto de pujas sectoriales, una flota congeladora que desde el 19 de septiembre de 2024 no zarpó con destino pesca objetivo de langostino y complejidades de índole netamente económicas que no alientan a un esfuerzo pesquero mayor.

Lo que emerge, con claridad, es un fenómeno de mayor escala: la pesca de langostino ya no representa aquella promesa de rentabilidad extraordinaria que solía eclipsar al resto de las especies. La actividad atraviesa una etapa de ajuste profundo, donde cada eslabón de la cadena procura resguardar márgenes mínimos en un entramado de alta vulnerabilidad financiera. Aunque aún se la percibe como una alternativa algo más ventajosa frente a la depreciada merluza, esa diferencia se ha estrechado visiblemente. Y por eso, también, la ralentización de las operaciones y la caída en la intención de pesca.

Porque en este contexto, ya no se trata simplemente de salir a capturar. Se trata, ante todo, de garantizar que el trabajo tenga contraprestación real y pueda cobrarse. En un sector donde los cheques sin fondo han dejado de ser una rareza para convertirse en amenaza permanente —y en muchos casos, concreta—, basta un solo impago para provocar un golpe económico de consecuencias difícilmente reversibles. Frente a ese riesgo, la cautela ha dejado de ser una opción: se ha transformado en la única estrategia razonable.

Fuente: Pescare