En 1985 el investigador estadounidense Lawrence Harrison publicó el libro “El subdesarrollo está en la mente” (Underdevelopment is a State of Mind) para referirse al atraso presente en América latina. Desde entonces algunas naciones aprendieron la lección. Pero otras no.
En 2023 las exportaciones chilenas de pescados cultivados (salmones y truchas) fueron de 6461 millones de dólares, la mayor parte de los cuales corresponden a envíos realizados a los mercados tradicionales de EE.UU. (2803 M/u$s), Japón (932 M/u$s) y Brasil (829 M/u$s), aunque vienen creciendo las exportaciones a Rusia (342 M/u$s) y China (309 M/u$s).
Los pescados cultivados fueron el año pasado el segundo producto de exportación de Chile, por detrás del tradicional cobre (43.395 M/u$s) y un paso más arriba que el litio (6249 M/u$s).
El salmón, junto con las frutas, celulosa, vinos y las carnes, fue uno de los grandes protagonistas que permitió que en 2023 las exportaciones no tradicionales chilenas (es decir, las que no corresponden al rubro de la minería) alcanzasen un récord histórico de 43.663 millones de dólares.
Las exportaciones totales de Chile el año pasado –tradicionales y no tradicionales, como ellos mismos las denominan– sumaron 94.937 millones y el año cerró con un superávit comercial de 15.503 millones.
¿Y cómo le fue a la Argentina con su producto emblemático, el orgullo de sus ciudadanos y la “marca país” en el imaginario colectivo mundial? Pues las exportaciones de carne vacuna en 2023 sumaron 2593 millones de dólares. Es decir: apenas un 40% de las divisas generadas por las exportaciones de salmones y truchas chilenas. Para expresarlo de otra manera: los pescados cultivados trasandinos generaron un 150% más dólares que los embarques de carne vacuna argentina.
¿Cómo hace Chile para aprovechar las oportunidades que ofrece el mundo? Sencillo: además de contar con una macroeconomía ordenada –como sucede en la mayor parte de las naciones de la región–, tiene Tratados de Libre Comercio (TLC) con las principales economías del mundo, lo que le permite exportar bienes y servicios en situaciones mucho más ventajosas que aquellos países que van por el canal comercial convencional.
La ironía es que, como Chile no se autoabastece de maíz y harina de soja, debe importar buena parte de esos insumos para producir salmones y truchas. Y la Argentina es el principal proveedor de esos recursos.
La segunda gran ironía es que Argentina podría aprovechar su gigantesca producción de granos para transformarse en un gran productor y exportador de salmones en Tierra del Fuego, pero la Legislatura de esa provincia sancionó en 2021 una ley que prohibió la salmonicultura industrial.
Por otra parte, mientras que los salmones chilenos cuentan con una matriz comercial diversificada, no sucede lo mismo con la carne vacuna argentina, que depende, en lo que respecta a cortes congelados, de China, mientras que en productos enfriados está atada de pies y manos a la Unión Europea.