En los últimos días, las redes sociales se han convertido en un inesperado repositorio documental de lo que ocurre mar adentro. Imágenes y videos recientes, registrados por los propios tripulantes de buques de la flota marplatense, comenzaron a circular con una rapidez inusitada, revelando capturas de una especie cuya sensibilidad biológica exige prudencia, el abadejo. Esos registros motivaron una nueva visita —esta vez nocturna— porque generalmente los buques ingresan de noche al muelle local, donde varios barcos descargaban cantidades significativas de esta especie.
El abadejo, de acuerdo con los informes técnicos del INIDEP, transita una recuperación demorada, lenta; consecuencia directa de más de una década de manejo insuficiente que comprometió su equilibrio poblacional. Se trata de una especie cuya captura solo debería ser incidental, un acompañamiento inevitable de otras pesquerías, pero no un objetivo de esfuerzo dirigido.
Sin embargo, diversas embarcaciones apagan sus sistemas AIS a pocas millas de zarpada del puerto y se desplazan hacia áreas donde, en esta época del año, se sabe que la especie se concentra, aunque por fuera de los pozos vedados. Esa maniobra, repetida y casi calcada entre distintos buques, sugiere un patrón difícil de atribuir al azar incidental de capturas.
Si bien este medio cuenta con documentación que es de público conocimiento en redes sociales, hemos preferido evitar difusión, no le hace bien a toda la pesca argentina, que quienes predican con la palabra lo que intentan esconder en sus hecho, tiña a toda la comunidad pesquera argentina y comprometa a funcionarios que por accion u omision debiesen ser responsables de lo que ocurre.

Las descargas dan cuenta de ello, algunas embarcaciones han superado los 1.800 cajones, por no dar números exactos que podrían identificar a los buques, pero no es uno solo. A simple vista, semejante volumen difícilmente puede considerarse incidental. La magnitud abre un interrogante ineludible: ¿cuánto de lo que se observa responde a la búsqueda de mejorar la calidad de bodega en un contexto atribuible a la presión tributaria y reclamos por rentabilidad; y cuánto obedece a una explotación dirigida de un recurso frágil y altamente cotizado en el mercado internacional?
La postal del muelle confirma sin estridencias lo que circula en redes sociales. Allí está la evidencia, prolijas pilas de cajones, fotografías capturadas por marineros, y la rutina de descarga que transcurre con absoluta naturalidad. En este marco, surgen preguntas que inquietan a aquellos empresarios que con sumo esfuerzo intentan sostener el equilibrio de sus empresas dentro del marco normativo, respetando resoluciones y dictámenes cuya finalidad es asegurar la sostenibilidad de los recursos vivos del mar argentino.
Hablamos con uno de ellos quien pidió mantenerse en el anonimato, » acá se sabe todo, si son tan tontos que a los gritos cuentan hazañas en el café o peor aun, los marineros se sacan fotos y las suben a facebook. El problema no es lo que pescan, cada uno hace lo que quiere, lo que digo, es claro, te doy un ejemplo, yo paro en un semáforo que esta en rojo, el de al lado pasa delante de decenas de controles, ¿yo soy el hijo de la pavota o un boludo?. ¿Para qué pagamos tantos controles si al final la presión solo les sirve para recaudar?, ¡porque hay que ser inoperante para no ver lo que vemos todos….! y no te cuento del lado de los congeladores, lo que va en cajas …acá agua bendita no destila ninguno, no tengo dudas que alguno se la está llevando«, terminó diciendo en una tertulia de varios que convalidaban la realidad al lado de sus barcos hoy, en el muelle, aprovechando el sol de esta mañana.
Mientras otro participante, sin perder la oportunidad se sumó diciendo » ¿o acaso en el sur no están pescando de noche? ¿y? ¿que hace la prefectura y los que tienen que controlar en pesca? ¿donde estan, miran para otro lado?, ¿y en el muelle 10?; dejala así nomás«, terminó por preguntarse y contestarse en medio de la desazón.
La correlación entre navegación táctica sin detección AIS, zonas frecuentadas y volúmenes de captura parece demasiado estrecha para obviarse. La sombra que se proyecta sobre los mecanismos de control —y en ciertos casos la sospecha de complicidad— sugiere una cadena de vulneraciones incompatibles con los discursos de transparencia. Una cadena que, como siempre, no concluye en el muelle, continúa en plantas, despachos, certificaciones y destinos de exportación.
Los partes de pesca suelen narrar una historia distinta a la que muestran las descargas. Resulta llamativo que, a lo largo de toda la cadena —desde la captura hasta la venta y posterior exportación—, no se detecten irregularidades en una especie sometida a férreas restricciones. Quienes incurren en estas prácticas argumentan que la demanda existe y que la especie está disponible; quienes trabajan por su recuperación advierten que la normativa vigente busca evitar precisamente esta presión extractiva que compromete su repoblamiento.
Lo que emerge es un conflicto silencioso entre visiones enfrentadas, y poco equitativas en quienes no la practican, la urgencia comercial de una industria golpeada que no se refleja en los informes oficiales de coyuntura, y la obligación científica y regulatoria de preservar una especie valiosa.
Un dilema que no se resuelve ignorando lo evidente, cuando las reglas se vulneran, no solo se compromete al recurso, sino también la credibilidad de toda una cadena productiva que, aun sin banderas extranjeras, incurre en prácticas que encajan en la definición más básica de pesca ilegal.