Los jefes negociadores de la Unión Europea, Michel Barnier, y David Frost, Reino Unido, se dan cita en Bruselas esta semana para tratar de desencallar las negociaciones sobre la relación futura, cerrar los flecos y alcanzar un acuerdo antes del Consejo Europeo de octubre que permita completar el complejo proceso de ratificación antes del fin del periodo de transición en diciembre.
Cuando Reino Unido decidió el 30 de junio no pedir una extensión del periodo de transición, la cuenta atrás se puso en marcha. Pero entonces todos los esfuerzos diplomáticos estuvieron centrados en sacar adelante un fondo de recuperación para hacer frente a los estragos económicos de la pandemia.
Las negociaciones entre la UE y Reino Unido no han parado durante la crisis del COVID19, pero sí se ralentizaron enormemente. No se puede avanzar hacia grandes acuerdos si no es alrededor de una mesa, con técnicos intercambiando papeles, y no a través de videoconferencias. Con el plan de relance de la economía casi cerrado, ambas partes se apuran ahora para tratar de cerrar un acuerdo para la relación futura en las próximas semanas.
Las reglas del juego
En 2019, la negociación giró en buena medida en torno a la necesidad de encontrar una solución para evitar una frontera «dura» en la isla de Irlanda, acosada por los fantasmas de la violencia que asoló la región hasta bien entrados los noventa. La cuestión se resolvió en octubre, tras un mano a mano entre el entonces premier irlandés, Leo Varadkar, y el británico Boris Johnson. Pocos meses después, el acuerdo de retirada se convirtió en una realidad y nadie, o casi nadie, se acordaba ya de las correosas explicaciones del famoso «backstop.» El concepto clave en las últimas semanas en las negociaciones del Brexit ha sido el llamado «level playing field», las normas del juego, la igualdad de condiciones.
La decisión de Reino Unido de abandonar la UE estuvo fundamentada en buena medida en la voluntad de los británicos de «recuperar el control (get back control)», sobre sus leyes, sus relaciones comerciales, sus fronteras. A Bruselas le preocupa que el gobierno de Johnson rebaje los estándares medioambientales, laborales y fiscales para hacer a sus empresas más competitivas, amenazando así la integridad del sacro-santo Mercado Único.
Para que pueda establecerse una relación comercial entre ambos lados del Canal de la Mancha, la UE entiende que todas las compañías deben operar bajo estándares similares, de ahí la importancia de que las «reglas del juego» sean lo más parecidas posible. Lo que más preocupa en Bruselas es la cuestión de las ayudas de estado.
Durante la transición, Reino Unido sigue sujeto a las normas europeas que regulan las ayudas de estado, que limitan las subvenciones directas de los países europeos a sus empresas y así garantizar la competencias justa en el mercado interior. Cuando los británicos abandonen la Unión podrán aplicar el marco legal que prefieran.
Bruselas tiene asumido que Reino Unido no está dispuesto avanzar en la cooperación reguladora, que permitiría relajar los controles fronterizos; también que no aceptarán someterse a la legislación europea y muy probablemente rechazarán la autoridad del Tribunal de Justicia de la UE, pero Michel Barnier no cree posible firmar un acuerdo de libre comercio, tal y como pide Londres, sin saber qué sistema de subsidios habrá en la isla. Aunque la UE comercia habitualmente con países con sistemas diversos de ayudas de estado, Bruselas entiende que Reino Unido es demasiado grande y está demasiado cerca como para aceptar que se aleje de sus estándares.
La otra cuestión que sigue dificultando un acuerdo es el acceso a aguas británicas para barcos de pesca europeos. La última ronda de negociaciones dejó claras las enormes diferencias entre ambas partes, sobre todo en lo referente a las cuotas de pesca y algunos oficiales ven difícil avanzar.
La historia interminable
Aunque la pesca y el ‘level playing field’ son los dos puntos más calientes de la negociación en este momento, en el Brexit, nada está cerrado hasta que todo está cerrado y quedan aún muchos flecos por cerrar en una negociación política extremadamente compleja, que tendrá que traducirse después en un texto legal todavía más complicado.
La Unión Europea y Reino Unido llevan tres años negociando. Primero, el acuerdo de salida. Ahora, la forma que tomará la relación futura. Pero algunas cosas no han cambiado desde entonces. Los británicos acusan a la UE de no ser razonable e insisten en que un no acuerdo es siempre mejor que un mal acuerdo. Bruselas echa en cara a los británicos su falta de progresos y advierte de que el tiempo se acaba.
«La soberanía de Reino Unido, nuestras leyes, nuestros tribunales o nuestras aguas no están abiertas a discusión y no aceptaremos nada que las comprometa, del mismo modo que no buscamos nada que pueda amenazar la integridad del mercado único,» aseguró el jefe negociador británico, David Frost, antes de la nueva ronda de discusiones. «Cuando Reino Unido venga con un deseo real de llegar a un acuerdo en los asuntos importantes para nosotros, estaremos preparados para mover en su dirección en áreas importantes para Reino Unido,» argumentó Barnier al término de la última negociación.
En 2019, tanto los británicos como la UE acabaron por ceder para un acuerdo a medio camino entre las ambiciones de Reino Unido y las reservas de Bruselas. Esta vez ambas partes tienen una motivación extra para alcanzar un pacto antes de diciembre y mantener una relación económica y política estrecha después del Brexit. Una pandemia que ha desembocado en la mayor recesión de la historia reciente de Europa. Lo último que necesitan tanto la UE como Reino Unido es otro shock en los mercados.