Los sedimentos de los fondos marinos están considerados como uno de los grandes almacenes de dióxido de carbono (CO₂) del planeta. Este gas de efecto invernadero, que impulsa el calentamiento global cuando se libera y se acumula en la atmósfera, lleva atrapado miles de años en los lechos marinos.
Pero el temor es que determinadas actividades humanas puedan contribuir a su liberación y con ello se alimente todavía más la crisis climática. Por primera vez, un grupo de científicos ha realizado una estimación de la cantidad de dióxido de carbono que se puede liberar en el océano con la pesca de arrastre, una práctica muy extendida en el mundo y que daña lo fondos marinos con las redes lastradas que se emplean.
La conclusión a la que llegan es que se pueden estar bombeando alrededor de mil millones de toneladas de CO₂ de los sedimentos cada año. “Es lo mismo que emite todo el sector de la aviación en el mundo”, señala Enric Sala, el biólogo marino y explorador residente de la National Geographic Society que ha encabezado esta investigación publicada en parte este miércoles en la revista científica Nature y en la que han participado 26 expertos internacionales.
Sala explica que hasta ahora no había un mapa global del problema ni estimaciones sobre el dióxido de carbono que se estaba liberando de los sedimentos marinos con la pesa de arrastre. Para elaborar los cálculos los científicos han empleado el sistema por satélite que ofrece la información sobre la localización de los barcos arrastreros en el mundo y han concluido que de media se libera anualmente esa gigatonelada de CO₂ —lo que equivaldría a más de tres veces las emisiones de toda la economía española—. “Es una estimación muy conservadora”, asegura Sala.
“El mar no solo es una víctima del cambio climático, también puede ser una solución”, sostiene este investigador sobre los efectos positivos que tendría la creación de áreas protección marinas en las que no se permitan las técnicas de arrastre, que también dañan la biodiversidad marina y contribuyen a la sobreexplotación de los caladeros.
Se estima que alrededor de un cuarto del dióxido de carbono que generan las actividad del ser humano es retenido ahora por los océanos. El otro 25% lo almacena la vegetación terrestre y el 50% restante se acaba acumulando en la atmósfera y sobrecalentando el planeta. “La atmósfera y los océanos forman parte de un sistema integrado”, señala Sala. Con lo que si aumenta la cantidad de CO₂ en el agua eso acaba repercutiendo en la acumulación de este gas en la atmósfera. Este biólogo marino sostiene que una “cantidad muy significativa” del dióxido de carbono liberado con la pesca de arrastre termina en la atmósfera, aunque no ofrece un dato concreto porque este equipo científico está terminando de rematar un estudio específico sobre este aspecto.
La investigación publicada este miércoles en Nature va más allá del CO₂ y la pesca de arrastre. Profundiza en los beneficios que tiene desde el punto de vista climático, de la biodiversidad y la alimentación la puesta en marcha las áreas de protección marina, que actualmente solo cubren el 7% de la superficie del océano. Este estudio aboga por llegar a al menos el 30% y señala que la reducción de las emisiones de CO₂ que se derivaría de una reducción de la pesca de arrastre en esas áreas protegidas “podría generar créditos de carbono y brindar una oportunidad significativa para financiar” la creación de estas zonas de protección.
Sobrepesca
Sala cuenta que este grupo de científicos comenzó a trabajar en la investigación en 2018. En principio, la idea de partida era localizar las zonas que, si se protegían, podrían suponer un beneficio para la pesca. Pero los investigadores luego añadieron también a sus estimaciones los beneficios para la biodiversidad y para la mitigación del cambio climático.
Respecto a la sobrepesca, este investigador apunta a un largo conflicto con la industria pesquera, que siempre ha recelado de la imposición de las limitaciones a su actividad y ha alertado de los impactos que podrían tener esas restricciones en la seguridad alimentaria. Sin embargo, Sala afirma que el “peor enemigo de pesca es la sobrepesca, no las áreas protegidas”. Los datos apuntan a que, a pesar de que las zonas marinas con alguna figura de protección en el mundo apenas llegan al 7%, las capturas siguen disminuyendo, sostiene este biólogo. Según la investigación publicada, la protección de un conjunto de áreas concretas llevarían a un incremento de las capturas mundiales en ocho millones de toneladas anuales —es decir, un incremento del 10%—.
Los investigadores han elaborado varios mapas de las zonas en las que se obtendrían más beneficios con su protección. Y Sala señala que la gran mayoría se concentran en las 200 primeras millas de costa, en las llamadas zonas económicas exclusivas de los países. En esa primera franja es donde se concentra la mayoría de la actividad pesquera por ser en la que hay más abundancia de peces. Los autores consideran como zonas prioritarias para su protección las costas de la Unión Europea, Chile, China, Angola, el oeste de EE UU y Canadá, explica Sala. “Y en alta mar algunas cadenas montañosas submarinas”, añade.
“Este estudio apoya con datos rigurosos los beneficios que tiene proteger al menos un 30% de los océanos”, recalca este biólogo en referencia a la cumbre sobre biodiversidad que está previsto que se celebre en mayo y que tuvo que ser pospuesta el pasado año debido a la covid. En esa cita internacional se espera que los países se fijen metas para 2030 de protección marina y terrestre.
Fuente: El País