La campaña de Greenpeace en el Agujero Azul, de la que participa Página/12, logró captar imágenes del fondo marino de esa zona, que nunca había sido visto antes. El día previo a dirigir la proa del barco Esperanza hacia el norte con destino al puerto de Buenos Aires, la expedición había logrado obtener documentación de pesqueros chinos, surcoreanos y españoles, había podido entrar en contacto con ellos –incluso abordar un barco de bandera china –, recoger imágenes de pequeros de arrastre y verificar por radar cómo muchas de esas naves apagan sus sistemas AIS para no ser detectados, así lo indicó este medio.
Pero todavía quedaba una deuda: filmar el fondo marino para ver los daños causado por la pesca de arrastre. Para ello, la organización ambientalista se equipó con cámaras especiales como la ROV-Cam y la Towcam –la primera es un robot submarino para filmar y la segunda una cámara acuática de remolque–, e invitó al biólogo, investigador de Ibiomar-Conicet y cofundador de la fundación Proyecto Sub, Martín Brogger. Luego de varios intentos, la misión pudo ser completada el lunes. Las conclusiones son alarmantes: “Lamentablemente está todo arrasado”, aseguró Brogger.
El especialista en fauna de profundidad utiliza un ejemplo muy claro para explicar cuál es la situación del fondo marino: “Es como un bosque talado o el Amazonas incendiado, solo que abajo del agua, entonces no se ve. Es un montón de fauna que tarda mucho más tiempo que los árboles en crecer; un ecosistema que tarda mucho más en estabilizarse y en formar diversidades. Hay muchísimos animales asociados a ese entorno, arrasados, destruidos”. El biólogo apuntó que el fondo marino “no va a poder volver nunca a su estado original”, y agregó que el crecimiento del ecosistema a la escala primitiva “se puede lograr con miles de años”. “Hay que tener en cuenta que un coral de agua fría puede crecer en cien años un centímetro y estos corales pueden llegar a tener una altura de entre diez y 40 metros de altura”, ilustró.
El primer intento de llegar el fondo fue el sábado. La superficie del mar se veía calma, pero la corriente debajo tensó tanto el cable de 380 metros en los distintos intentos que la Towcam no logró mantenerse estática en el lecho, a pesar de que la profundidad era de 147 metros. Llegó a los 145 metros y la corriente la volvió a impulsar hacia arriba. Se trataba de la Corriente de Malvinas, que corre gélida de sur a norte sobre la plataforma continental argentina. Para lograr alcanzar el objetivo había que tener en cuenta un conjunto de variables: inclinación del cable vertical y horizontal, la velocidad del barco, el peso que se le agregaba a la Towcam, la corrientes submarina.
El australiano John, operador de Unidades de Vehículos Autónomos (UVA) de Greenpeace, fue el encargado de dirigir el experimento. Sentado frente a su notebook, cruzado de piernas y con una joystick igual al de la Xbox con el cual manejaba la inclinación de la towcam y la intensidad de sus luces, daba las indicaciones en un inglés sereno: slow down; go ahead; slack. Sobre la cubierta trasera del barco, su notebook estaba enchufada a una pantalla gigante en la que el resto de la tripulación, los y las activistas contemplaban las imágenes en vivo. Para sacar el equipo del agua, por su peso y por el tironeo de la corriente, se necesitaban todos los brazos disponibles en cubierta: nueve o diez hombres y mujeres, a fin de recoger unos 300 metros de cable.
El segundo intento
El segundo intento fue el lunes. El domingo, por la magnitud del viento y la marea, ni siquiera se barajó la posibilidad de un descenso. El lunes era la última posibilidad. El mar se agitaba casi como el día anterior, pero con una diferencia fundamental: la corriente de Malvinas se desvía antes de la zona denominada Playa Norte –que está dentro de la Zona Económica Exclusiva de Argentina, en el límite septentrional del Agujero Azul–, en donde se tiró finalmente la towcam. “Let’s go fot it”, ordenó John por radio, con su tono neutro, al grupo que sostenía la cámara sobre la borda. Se necesitaron dos intentos fallidos más para que, en el tercero, la cámara pudiera mantenerse unos cinco minutos en sobrevuelo sobre el fondo marino. En la pantalla se pudo ver el marco azul abovedado que dejaban las luces de la cámara, y sobre el fondo arenoso, muy dispersas, especies como esponjas, corales, caracoles, equinodermos — estrellas de mar–. La enorme mayoría de ellas, muertas.
“Los científicos sabemos que cuando se desequilibra un fondo como éste, lo que hay es una predominancia de muchos individuos de una sola especie, o de muy pocas especies, y específicamente hay mucha presencia de animales que son depredadores u oportunistas, que son beneficiados por el descarte pesquero”, detalló Brogger luego de analizar las imágenes. “La proporción de animales sésiles –los que permanecen quietos en el fondo– disminuye, al igual que la proporción de estructuración vertical compleja que permite tener un ambiente hacia arriba y sirve a otros animales para esconderse; vimos peces sueltos en el fondo, sin lugar donde esconderse”, añadió.
El biólogo señaló que se pudo ver fauna, en algunos casos, en “incipiente recuperación”, lo cual indicaría que la última vez que se pescó con arrastre en esas zona particular fue hace menos de un año: “Se vio una esponja que empezó a crecer y la presencia de las papas de mar coloniales. Pero si arrastraran hoy barcos como los que estuvimos viendo, esos organismos que están empezando a crecer, van a ser levantados y destruidos”, advirtió. De todas formas, el investigador destacó que salvar el ecosistema no es imposible: “La recuperación, que es muy lenta, se puede lograr, pero hay que tener políticas respecto a eso, para dejarlo que crezca y sobreviva”.
Qué es el Agujero Azul
“El fondo marino del Agujero Azul está dentro de la Plataforma Argentina, de modo que, así como existen beneficios por hacerse cargo de una superficie mayor y tener derechos sobre más territorio, el Estado también debería hacerse cargo de protegerlo”, apuntó el investigador de Ibiomar-Conicet y cofundador de la fundación Proyecto Sub, Martín Brogger.
En 1997 se conformó la Comisión Nacional del Límite Exterior de la Plataforma Continental (Copla) –integrada por el Ministerio de Defensa, el Servicio de Hidrografía Naval y Conicet–, y comenzó una investigación mediante la cual se logró que en 2017 la ONU reconociera que el territorio sumergido de Argentina no se limitaba a las 200 millas marinas, sino que iba hasta las 350 millas. De esa investigación, explicó Brogger, “participaron personas de distintas áreas para juntar la evidencia necesaria: biólogos, geólogos, oceanógrafos, entre otras especialidades. En la ONU dijeron que la investigación presentada por Argentina había sido abrumadora, porque nunca le habían expuesto tanta información”.
De esta manera “se logró que la ONU nos diera la razón en cuanto a las 350 millas”, continuó el biólogo, y aclaró que “sobre lo que no se expidió el organismo, fue sobre las zonas de litigio con Gran Bretaña, pero claramente la toda zona del Agujero Azul y hacia el norte, está por fuera de la zona de litigio. Esto quiere decir que el fondo corresponde a Argentina”.