Daniela Pala es la esposa de Sebastián Cabanchik, tripulante que murió en el naufragio del pesquero de Ostramar. La pensión está al cobro desde junio pero no se efectiviza. La lucha de una mujer por escapar a los fantasmas y sobrevivir en el intento, así lo informa REVISTA PUERTO en este reportaje especial.
Daniela corre para escapar de los fantasmas que la persiguen desde aquel 17 de junio de 2016, cuando le dijeron que su esposo, Sebastián Cabanchik, estaba en la lista de tripulantes desaparecidos tras el naufragio.
Daniela se ajusta los cordones, se acomoda la calza y corre por la pista de Atletismo del Parque Municipal de los Deportes. Dice que es lo único que la hace olvidar lo que pasó, de Sebastián, de la tragedia, del dolor que implica perder a su ser querido, de la depresión que vino después, el cáncer de mama, la soledad de su casa, el peligro de desalojo y el llanto contenido para que no la vean “los mellis”, sus dos soles.
Daniela se enfoca en ese carril anaranjado, contenido entre dos líneas blancas y se larga. Una vuelta, dos, tres. Daniela no para de correr para escapar. De este presente que la angustia porque, además, ANSES todavía no le entrega la pensión por Sebastián.
En la casa que compró con el dinero que recibió de la ART por la muerte de su marido Daniela recibe a REVISTA PUERTO y entre mates y cigarrillos cuenta su nueva lucha de manera verborrágica, acelerada, entre llantos, angustias y dolores. Como vive desde aquella mañana fatídica en que su vida cambió para siempre.
El encuentro debió aplazarse un día porque le habían cortado la luz. Sus padres la ayudan y le pagaron dos cuotas atrasadas de gas. “No me alcanza para vivir y necesito cobrar la pensión. En ANSES me atiende una señora amorosa, pero no tengo respuestas y estamos cada vez peor”, dice Daniela.
Luego que su reclamo se hiciera público en algunos medios, desde ANSES aseguran que el trámite saldrá a más tardar el mes que viene. “Desde junio que aparece en el sistema que la pensión está para el cobro pero no sale nunca”, dice Daniela que compró un auto como inversión, que ahora está a la venta con pocos interesados.
“A mí Sebastián siempre me dijo que si le pasaba algo, quería dejarle algo a los chicos. Por eso compré la casa. Ostramar depositó un dinero por cada uno de ellos en una cuenta judicial y recién podrán disponer cuando sean mayores”, cuenta Daniela.
Dice que no va a las marchas que organizan familiares del Repunte porque le hace mal revivir la tragedia, pero que está en contacto permanente con algunas mujeres que quedaron en su misma situación, como la mujer de Ricardo Homs, el cocinero del buque, cuyo cuerpo fue uno de los rescatados por Prefectura.
“Ella pudo tener el certificado de presunción de fallecimiento y ya cobra la pensión. Según me dijo no es mucho porque de todos los años que tenían los chicos en la empresa, solo tenían la mitad de aportes. Lo que sea servirá para poder vivir”, confiesa Daniela, que trae una cartulina con fotos familiares desde su dormitorio. Se siente más segura por la noche con la sonrisa de Sebastián a su lado.
Daniela corre. Primero fueron unos pocos metros porque el pucho pronto le pasó factura. Después la línea de meta se fue extendiendo y ahora ya participa en algunas carreras de 7K. “Me liberó la cabeza… es como un desenchufe”, dice y lamenta que ayer no pudo correr por arreglar el problema de la luz.
A la pista llegó vendiendo milanesas de soja, uno de los emprendimientos con los que ingresa un poco de dinero a la casa. Y se quedó a correr después de la segunda invitación a que las acompañe. Quien pueda ayudar a Daniela con la compra de milanesas de soja, su contacto es el 223-6349690.
La otra fuente de ingresos es la depilación y peluquería, que ocupan uno de los ambientes de la casa donde sobresale una camilla. “Hace mucho que nadie se acuesta ahí, desde que se me quemaron las planchitas”, aclara Daniela.
“Si corro es porque me siento bien”, dice Daniela, que superó una doble mastectomía. “No me he hecho nuevos estudios, la última vez estaba un poco anémica pero no más que eso”, cuenta y termina de tomar el mate, ya lavado.
Los chicos van y vienen por la casa. Un amigo se acerca para intentar arreglar las planchitas del pelo. Sus padres siempre están para dar una mano salvadora. Daniela vuelve a repetir lo de la casa. “No quería la plata de mi esposo. Solo cumplí su deseo de dejarles algo a los chicos”.
Hoy la situación en la que viven llegó a un punto límite y necesita la pensión como el aire para respirar. El supermercado de la vuelta le permite pagar en cuotas los alimentos. “A veces siento vergüenza por esta situación pero es lo que me toca vivir y solo reclamo por lo que corresponde. Intento trabajar pero por mi enfermedad es imposible pasar un preocupacional. Hago lo que puedo…” se acongoja.
Daniela corre. Se escapa de esta realidad que la agobia y le mueve el eje. Agacha la cabeza, se suelta la colita del pelo y vuelve a arrancar.